jueves, 1 de octubre de 2015

Lo que no se puede contar.


Te despiertas y aún te duelen los pies de tanto bailar, probablemente las cosquillas que sientes en la cara se deban también a que te pasaste las últimas doce horas sonriendo sin parar. Tu pelo alborotado y los restos de maquillaje lo confirman, pero el bombardeo de recuerdos impide que te demores ante el espejo, tu mente está todavía bailando al ritmo de las imágenes de la noche anterior, que hacen cola esperando para reaparecer en tu retina.

Hay momentos en la vida que no pueden ser contados, que para que uno los entienda, deben ser vividos. Cada uno elige qué instantes va a guardar bajo llave, en ese cajón de la memoria que llamamos ‘’los días más felices de mi vida’’. La boda de mi mejor amiga no puede faltar, con más motivo si no es sólo una ceremonia, si es una auténtica fiesta del amor. Si sabes perfectamente que lo que ese día se sirve, se ha estado cocinando durante mucho tiempo a fuego lento.

Entre tanto recuerdo bonito, un pinchazo de nostalgia, el momento en que te das cuenta de que los nervios, la ilusión, el ritmo frenético del último año han llegado a su fin. Entonces respiras, puedes sentirte satisfecho de haber sido partícipe de la magia que se vive en un día así.



Me entenderéis las que fuisteis siguiendo, junto a vuestra amiga, el proceso de elaboración del uniforme más bonito que podría alguien llevar, su vestido de novia. También las que tuvisteis la suerte de ver la expresión dibujada en su rostro justo antes de dirigirse al altar, mezcla de nervios y felicidad. Las que os manchasteis las manos de pintura preparando el photocall, las que llegasteis tarde a la peluquería porque estabais montadas en una escalera colgando globos, las que no pudisteis comer de puros nervios pensando que alguien a quien queríais iba a poder hacer uno de sus mayores sueños realidad. Las que recibisteis esa sorpresa que no esperabais y os visteis con el ramo en la mano temblando al pensar que algún día seríais la protagonista del vestido blanco. Las que hicisteis inmensos esfuerzos que no dieron fruto para contener las lágrimas al ver como el novio esperaba a la novia en el altar, os mordisteis el labio y os dejasteis llevar por los sentimientos, porque entendisteis que lo mejor de asistir a la boda de tu mejor amiga es vivirla desde dentro y contagiarse de cada una de las emociones, ensuciarse, despeinarse, reírse, llorar, temblar, volverse a peinar, olvidar, sentir, volver a llorar y así, aprender que las cosas más dulces siempre son las que has tenido que luchar, que los sueños, cuando son de verdad, se hacen realidad.

Foto: Vaya Par

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